
Hoy es el Día de la madre y sencillamente, he pensado en ellas, en las que viven la maternidad de una manera distinta a la que lo hacen la mayoría que probablemente hoy reciban, cartas, besos y abrazos y mensajes de agradecimiento en las redes sociales.
He pensado en la madre que mira a su bebé desde el cristal de la incubadora preguntándose por qué no se siente tan feliz como todos los libros decían que se sentiría.
En la que ocupa sus horas de insomnio buscando palabras en Google que incluso los médicos tienen problemas para pronunciar.
En la que se levanta muy temprano para tener un momento de paz consigo misma antes de que empiecen las prisas.
En la que tiene la casa patas arriba y tiene que recordarse que no hay tiempo para más entre terapias, trabajo, coche, reuniones y más terapias.
En la que está sentada junto a una cama de hospital, esperando a que los médicos le cuenten qué es lo que realmente le pasa a su hijo/a porque ya no puede más con la incertidumbre.
En la que se le rompe el corazón cuando ve a esos niños/as redonditos corriendo por el parque.
En la que baja la mirada cuando alguien le dice “así, ¿tu no trabajas?”
En la que no se puede permitir ponerse enferma, ni quejarse del dolor de espalda o de cabeza porque se siente imprescindible.
En la que se siente agobiada por las dudas y la culpa por sentir que quizás no lo esté haciendo suficientemente bien, pero que no sabe qué más hacer ni como hacerlo mejor.
En la que se siente sola y diferente en medio del resto de madres y padres cada vez que va a la escuela a recoger a su hijo/a con necesidades especiales.
En la que está lidiando con una pérdida inimaginable, preguntándose cómo se recupera alguien de esto.
En la que piensa que debería ser fuerte y valiente pero no encuentra la manera.
En la que parece que puede con todo y no necesita ayuda, pero que por las noches, cuando está a solas, llora de rabia y de impotencia.
En la que se le rompe el corazón cuando entra en la ortopedia a preguntar por el precio de la nueva silla de ruedas para su hijo/a.
En la que no tiene tiempo para ella misma: ni para leer, ni para ir a la peluquería, ni para quedar con las amigas. Está demasiado cansada y no le da la vida.
En la que tiene que aguantar miradas que la juzgan cada vez que su hijo/a, ya mayor, se pone a correr, a saltar o a gritar en el súper.
En la que ha movido cielo y tierra para conectar con otras familias que tienen el mismo diagnóstico y aunque sea online, se siente más acompañada.
En la que se ha convertido en una experta sin pretenderlo.
En la que presta su apoyo a otras madres de todo corazón compartiendo sus dudas, experiencia e información sin límites, generosamente.
En la que está preparando a conciencia la reunión con el político para transmitirle que faltan recursos y que hay algo que Sí se puede hacer para mejorar la situación.
En la que interviene en la reunión de la escuela para contar al resto de familias lo que le pasa a su hijo y que les dice que cuenten con ella para resolver cualquier duda.
No me gusta llamarlas mujeres extraordinariamente valientes o luchadoras, super madres, ni madres coraje…no tienen ningún súper-poder (aunque a veces lo parezca). Las conozco bien, son mujeres que no escogieron el lugar desde donde harían de madres, y que afrontan la maternidad en circunstancias difíciles (a veces Muy Difíciles).
Todas ellas lo hacen lo mejor que pueden, desde su fuerza y sus debilidades, con días mejores que otros, solas o acompañadas. Pero lo hacen! Un día tras otro.
Y todas ellas tienen algo en común: la fuerza que las mueve, lo que las empuja a levantarse y a seguir: es el amor que sienten por sus hijos/as.
Así que para todas ellas: Feliz Día de la Madre!!!